miércoles, 16 de diciembre de 2009

La(s) Historia(s).

Podemos decir que Conversación en La Catedral se basa en varias historias. Las cuales, principalmente son cuatro que se mezclan entre ellas en los cuatro partes de la novela. Aunque también podríamos decir que La Historia de la novela es una conversación en un bar barato llamado La Catedral. En este punto tenemos un problema: Hay que enfrentarse con muchas historias o con La Historia.

Entre todo esto también hay un suceso histórico, el ochenio (1948-1956) del General Manuel Odría en el Perú. Ahí está el marco temporal de la historia, lo que la rodea y la genera, la hace ser lo que es. Esta fue dictadura donde muchos la pasaron bien, haciendo negocios y encontrando los nichos para vivir; y están, además, todos aquellos que desean hacer caer esa dictadura –el APRA, comunistas, estudiantes, gremios-. Los personajes se mueven entre estos dos grandes grupos, aunque las figuras no son estáticas y los momentos cambian a los personajes, y los hacen moverse en esta balanza que van desde el amor al régimen, pasando por la vomitiva tibieza, hasta los que lo detestan.

Pero eso no es lo importante. La conversación que empieza y termina en el primer capítulo desde un punto de vista formal y, si se me permite, temporal; es La Historia. Allí está todo lo demás. Lo que sale, lo que salpica al resto. Pero a su vez, la conversación sólo es lo que hace que las historias estén allí. La conversación aparece en las conversaciones mezclándose con las otras conversaciones intentando quebrar un poco el pacto de lectura, que Vargas Llosa intenta desanudar pero nunca desarmar.

Con ese desanude del pacto de lectura es como Vargas Llosa juega con los tiempos históricos de los personajes y nos va develando cosas que en algunos otros capítulos nos llamaron la atención. Conocemos cómo se conocen algunos personajes al final, mientras que hay misterios hablados en un muy tierno principio de la novela - en esa primera, gran, conversación - y se desenlazan tirando al final.

La novela parece terminar varias veces, como varias veces parece terminada la dictadura del General Odría, pero la novela sigue. Porque las cosas a veces no son lo que parecen y en la novela también está esto. Tal vez podemos pensar en felices padres de familias con secretos muy sugestivos. Pero la novela sigue, porque La Historia siempre sigue su camino.

Al principio, tenemos un hilo; tenemos una conversación entre Zavalita (Santiago Zavala, supergenio, El Flaco y algún otro apodo más) y el ex chofer de su padre Ambrosio. Con las conexiones entre el tibio Zavala (El que ya perdió todas las esperanzas con las que tendría que empezar la historia, o las ilusiones adolescentes que nos cuenta en esa conversación) y el chofer, se desnudan cuestiones de Estado del régimen. Es así ya que Zavalita es hijo de Don Fermín, un empresario encumbrado en el régimen, y Ambrosio era chofer de Cayo Bermúdez -o Cayo Mierda, también- que era el cuidador entre las sombras del Ochenio en la novela.

Así es como tomamos entre las manos cuatro hilos, cuatro historias, cuatro microhistorias. Tenemos la historia de Zavala, la historia de Ambrosio, la historia de Cayo y la historia de Amalia (Amante de Ambrosio, ex mucama de Don Fermín, mucama a su vez de La Musa, la querida de don Cayo). Con estos cuatro hilos hay que ir tensando la historia del centro, porque todas las microhistorias giran en la conversación del principio (Y del título). Las historias hacen ecos y resuenan en La Historia, los hilos se van anudando lentamente entre el primer hilo que sigue desde el principio. Así es cómo todo se va atando y la duda entre el concepto de La Historia y las historias me asalta.

Tal vez en Las Palmeras Salvajes eran dos historias, totalmente separadas que no tienen nada que ver, más allá de estar en el mismo libro. Aunque hay algunos sonidos que resuenan en la otra, sonidos metafísicos en las morales de los personajes, tal vez en embarazos y abortos. En esta novela hay cuatro historias bien separados que van creciendo mientras la novela se termina, pero a su vez todas ellas conforman La Historia. Al final los hilos están atados uno en los otros, porque durante todo el trayecto fueron girando y enredándose en ella.

Formalmente los capítulos varían en estilo. Tal vez es un intento de mantener despierto al lector, que al principio quizá puede ser molestado por el golpe de vista de ese estilo (Conversaciones entre conversaciones y conversación; monólogos largos del narrador, austeridad en la descripción, pasaje aleatorio entre pasado, presente y futuro; cosas así), pero la pluma es correcta en los momentos y los lugares. La historia se enreda y la forma se enreda, la estética sigue la idea.

Al final sólo nos queda La Historia, y se nos demuestra que está formada por miles de pequeñas historias casi todas importantes, casi todas necesarias para formarla. Es la macrohistoria y las múltiples microhistorias. Aunque la novela no la narra, y cuenta la vida en ese momento de los personajes, la verdadera historia es la de una dictadura, lo que le genera a las personas de diferentes capas sociales ese gobierno, ese mundo, esta vida. La Historia que narra es la historia del mundo. Y eso es lo que narran todas las novelas. Narran La Historia. A veces con microhistorias (o la historia en minúscula), pero todas narran La Historia (¿La Macrohistoria? o La Historia en Mayúsculas, la historia plural, La Historia concepto), porque no pueden existir las historias singulares.




1 comentario:

Luna dijo...

Me gusta el concepto de la Historia-telón, le diría yo, y las otras historias pequeñas que se entretejen, que son tan minúsculas (así veo nuestras vidas) que parecen no incidir en aquella principal.

Besos